A
la abuela Nicolashcka le encantaba ponerse pinzas verdes en el pelo. Y a mi me
gustaba robárselas. Era como un juego. Cuando no las encontraba sabía que yo
era la única causa de su desaparición.
-Vova,
has visto mis pinzas verdes?
-No
babushka! Seguro que están en un
bolsillo de algún sarafán.
Nosotras
adorábamos los sarafán de la abuela. Tenía muchísimos: los de trabajar en el
campo, los de hornear el pan de centeno y
los de las tardes de estar sentadas en el porche contando historias antiguas… También nosotras
teníamos los nuestros. La mayoría, confeccionados por la abuela. De colores
intensos, cosidos con hilos dorados traídos desde San Petersburgo.
Los
sarafán tenían su lugar especial en la casa. Un cuarto al lado de la cocina,
junto a las escaleras. Una estancia que
hacía las veces de vestidor y almacén en donde guardábamos los objetos más
variopintos y estrafalarios, desde
nuestros cazamariposas que se quedaban olvidados todos los inviernos hasta
nuestras valenkis siempre esperando a cabalgar sobre nuestros pies entre los
bosques de abedules.
Ya
he contado que vivíamos en una granja destartalada, la más maravillosa del
mundo. La casa era el más fiel reflejo de la abuela: caótica, desordenada,
excéntrica…pero cálida y acogedora. Una
casa donde todos los sueños eran posibles, porque si alguno de ellos peligraba
ahí estaba ella, dispuesta a cosernos todos los rotos que apareciesen en
nuestra felicidad o a tejer aletas y escafandras que nos librasen de todas las
cosas malas del mundo….
Pero
volviendo a las pinzas verdes… La abuela se armaba de paciencia y rebuscaba por todos los rincones. Revisaba
los bolsillos de mis delantales y cada uno de los 50 pares de aletas desperdigados
por todas las habitaciones. Tampoco dejaba
sin mirar ni un solo tarro de mermelada que mis hermanas y yo utilizábamos como
una especie de cajones improvisados. Había
de todo. Flores secas del verano, de las que cogíamos en las cunetas. Hojas de
abedul para acordarnos de cómo olían los campos en los meses de calor. O sacapuntas
de madera que mi madre nos traía de sus viajes. La búsqueda de la abuela
llegaba también hasta las valenki y es que no era la primera vez que encontraba
en su interior algún dedal o uno de nuestros lazos del pelo. Pero ni rastro de
sus queridísimas pinzas verdes.
En
realidad la abuela sabía dónde
encontrarlas desde el primer momento. Yo
siempre las guardaba en el mismo lugar.
En el tercer estante de la despensa. Justo detrás del bote donde la
abuela guardaba los pryanikis. El juego
consistía en hacer que se desesperaba muchísímo. Se lamentaba en alto de lo
despistada y descuidada que se estaba volviendo con la edad. Y de paso, como si
no supiese que la estábamos escuchando, aprovechaba para regañarnos por el desorden que había en las estancias de
la casa en las que jugábamos, que eran prácticamente todas…
La
abuela hacía todo ese pequeño teatrillo porque sabía cómo nos gustaba verla
interpretar aquel papel de babushka. Aunque severa en los momentos precisos
sabía administrar como nadie los momentos de disciplina con las horas de juego
en lo que lo único que importaba era eso, jugar.
El
juego finalizaba siempre de la misma manera. Cuando ya nos habíamos entretenido
lo suficiente o considerábamos que la abuela empezaba a cansarse yo iba
corriendo a su lado y le preguntaba.
-Abuela
podríamos preparar un té con pryanikis?
Ella
sonreía. Entraba en la cocina. Ponía
agua en el samovar y se acercaba a la despensa. Al retirar el bote de
pryanikis, allí estaban sus pinzas verdes. Soltaba una gran carcajada y decía:
-Pero
qué despistada soy!!! Cómo se me habrá ocurrido dejar aquí mis pinzas? Vamos
Vova, avisa a tus hermanas, es hora de merendar.
Y
así acaba aquel juego. Todas sentadas alrededor de la mesa de la cocina y
haciendo recuento de todos los lugares inverosímiles en los que la abuela había
buscado sus pinzas. Cuando pienso en
aquellos días, me viene a la cabeza una frase que a veces me decía: “Vova, recuerda siempre que no vuela el que puede, sino el que quiere”. Y yo, siempre he querido volar…
Me encantan tus entradas, son todas preciosas. Esos relatos tan tiernos me llegan al corazon.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte
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EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarMuchísimas gracias! No sabes cómo nos emocionan tus palabras! Un beso grande!!!
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